Si es cierto como escribió Julián Marías, que “el fútbol es el regreso semanal a la infancia” -sentencia que sentimentalmente es difícil de rebatir-, Lionel Messi, ya de veterano, nos devuelve periódicamente a ese estado de ensoñación y deslumbramiento. Aunque haga mil veces el mismo gol, siempre nos parecerá la última invención. Mientras siga viendo pases donde el resto no los detecta ni con una vista panorámica, habrá plegarias para que estire indefinidamente su carrera.

A los 36 años, Messi acaba de recibir el octavo Balón de Oro. Una proeza. Una demostración más de su vigencia. Se fue imponiendo en el tiempo por encima de los debates. Que en 2010 lo tendrían que haber ganado Xavi o Iniesta, campeones mundiales con España. Que en 2019 muchos pensaban que sería para Virgil Van Dijk, por entonces el mejor defensor del mundo y campeón de la Champions League con Liverpool. Que en 2021 relegó a un Robert Lewandowski que se había hinchado de hacer goles. Messi y más Messi.

Algún desprevenido se preguntará si semejante distinción es por ganar una copita con Inter Miami. En realidad, sus tres meses en el fútbol estadounidense no entran dentro la evaluación y la votación de los 100 periodistas consultados por France Football, ya que se mide la última temporada europea, de junio de 2022 a junio de 2023, período en el que cae la gran gema de Messi: el título mundial de Qatar. El accesorio es haber sido campeón de la Ligue 1 con París Saint Germain, quizá la conquista que menos alegría le generó en su carrera porque la capital francesa se había convertido en el único punto del planeta en el que era tratado con desdén, como si no le perdonara que se hubiera interpuesto en el bicampeonato mundial de Francia.

Retrospectivamente, la trayectoria de Messi es abrumadora. Conquistó el primer Balón de Oro en 2009, con 22 años. De los 10 más votados de aquella lista, siete ya están retirados. Los otros dos que siguen exprimiendo sus piernas y mentalidad competitiva son Cristiano Ronaldo, némesis de Leo en un duelo que marcó una época, y Andrés Iniesta, un antiguo socio de delicias futbolísticas en Barcelona, equipo al que Messi catalogó sin arrogancias como el mejor de la historia.
Messi se hace oír. Sus mensajes calan hondo. Imaginar un pedido suyo de transparencia y credibilidad en lo referente a los calendarios y desarrollo de las competencias argentinas, el nivel arbitral y la seguridad de los hinchas. Irregularidades que peligrosamente tienden a naturalizarse. Es cierto, no es su responsabilidad, pero sí podría ser de su interés. El fútbol campeón del mundo no merece manejarse con un provincialismo de componendas. Messi eleva la vara, no hay que dejar pasar esta oportunidad. Una cosa es que sea único e irrepetible. Y otra que quede como un cisne negro en el paisaje general de nuestro fútbol.

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